La pérdida

La mujer abrió los ojos. Permanecía en posición fetal, respirando despacio. Hasta donde su vista podía alcanzar todo lucía blanco y nebuloso. El piso no se distinguía y lo poco que estaba a su alcance era igual a una losa de cemento. Su memoria estaba en blanco, sin embargo, sentía la tranquilidad de quien ha obtenido un descanso completo después de permanecer despierta por largo tiempo.

Se incorporó, miró a su alrededor, pero no alcanzó a ver más allá de unos cuantos pies de distancia. Vestía una bata blanca y holgada que la cubría desde el cuello hasta los tobillos. Avanzó con cierto temor de caer. Lo que parecía una niebla espesa se desvaneció de súbito y ante ella apareció un paisaje que se extendía de forma casi infinita con algo de verdor en el horizonte. Una persona vestida de blanco, similar a un hábito religioso, se aproximó a ella.

—¿Te sientes bien?

—Sí, solo estoy un poco desconcertada. ¿Qué hago aquí? ¿Dónde me encuentro?

—Lo importante es que estás bien —dijo la mujer observándola con la tranquilidad irritante de quien contempla un objeto de laboratorio.

—¿Quién eres? ¿Por qué estoy vestida de esta manera? ¿Acaso esto es un manicomio? ¿Es el cielo?

—Son preguntas que serán respondidas a su tiempo. Lo importante es que estas bien —recalcó.

—En verdad me siento bien acá. Siento una paz inmensa —dijo cruzando los brazos sobre su pecho.

—Llevas varios días en este lugar. Te has recuperado y estas listas para volver a la realidad.

—No deseo ir a otro lugar. Estoy bien aquí.

—No puedes permanecer indefinidamente en este lugar. Debes regresar con los tuyos.

—No ha respondido a mis preguntas. ¿Qué es todo esto?

—Has necesitado tomar un descanso porque has estado sufriendo. Tienes un gran sufrimiento que aún no has podido manejar y el estar acá no va a eliminarlo. Debes enfrentarlo y procesarlo. Te has desconectado para no enloquecer de dolor. No obstante, ya es tiempo de regresar.

—No, yo no quiero. Estoy tan bien acá.

El piso empezó a temblar y a mostrar grietas profundas. Los pedazos se iban hundiendo como si alguien estuviera removiendo las piezas de un rompecabezas. Todo el paisaje empezó a rasgarse con la facilidad de un papel tapiz envejecido.

—¿Qué sucede? —preguntó asustada cayendo de rodillas.

—Tienes que volver a tu realidad. No puedes evadirla por más tiempo. Tus dos hijos murieron en un accidente automovilístico. Es un hecho lamentable, pero debes procesar ese dolor o perderás la cordura y quedarás atrapada en este lugar por siempre. Tú puedes luchar contra el dolor. Todavía tienes seres que te aman y que te necesitan. Lo siento, no puedes permanecer más tiempo.

La mujer mostraba en su rostro el miedo y el desconcierto que iban en aumento a medida que se le revelaba su verdad. Todo colapsó a su alrededor y en medios de gritos de horror cayó por un túnel que no parecía tener fondo.

Al despertar se encontró en la camilla de un hospital. Su marido yacía a su lado sosteniendo una de sus manos entre las suyas.

—¿Mis hijos? —preguntó.

El hombre, con los ojos enrojecidos, afirmó con un movimiento de cabeza. Fue entonces que ella lanzó un grito de dolor como si le estuvieran removiendo las entrañas a cuchilladas.