Apolonio Castelli era paranoico, defecto que no era gratuito. El hombre disfrutaba de muchos enemigos y eso lo obligaba a hacerse acompañar por un par de guardaespaldas. La mayoría de las veces cenaba en el restaurante napolitano de su ciudad. No tenía familia, por eso no se preocupaba de regresar a casa temprano. Casi siempre invitaba a alguno de los pocos amigos que poseía.
Una noche, mientras usaba el lavamanos, alcanzó a ver por el espejo que un cliente entraba a uno de los cubículos. En ese instante notó que a un lado del inodoro había dos dispensadores de papel higiénico. ¿Con que propósito a alguien se le ocurre instalar dos? Además, uno de ellos no hacía juegos con la decoración del lugar. Pensó en una celada. ¿No estaban sus hombres vigilando la puerta? De inmediato asumió que el extraño iba por algún tipo de arma oculta ahí. Sin darle tiempo a reaccionar, Apolonio le disparó.
La investigación policial arrojó que no existió tal arma. El hombre de mantenimiento olvidó remover el viejo dispensador, luego de instalar el nuevo, y no le importó si el objeto lucía diferente.
Ya lo dije: Castelli era paranoico.