Error de cálculo

          El hombre tenía rato de estar esperando el autobús, sentado en el respaldo de la banca. Una vez más miró la carátula fluorescente del reloj. Marcaba las nueve de la noche.

          El horario del medio de transporte era casi exacto, pero él no tenía nada más que hacer en casa después de discutir con su mujer. Era mejor salirse de casa y ya hablarían de los problemas al siguiente día.

          La mayoría de las veces el vehículo solo se detenía para recogerlo a él. Su horario de trabajo era nocturno, comenzaba a las diez. El recorrido duraba treinta minutos, desde ahí, hasta la parada más cercana a su sitio de trabajo.

          Sin que lo notara, una mujer se aproximó a él. Bajo la luz de la lámpara de calle se veía pálida y con el cabello cenizo, casi espectral. Deambulada con cierta vacilación, como quien va a llorar o es presa de un trauma.

          —¿Puedes matarme? —preguntó.

          El hombre no le respondió. Estaba acostumbrado a que la gente viera a los de su raza como criminales.

          —Vamos, puedes hacerlo. Te lo estoy pidiendo.

          —Oye, aléjate. No quiero problemas —dijo con voz ronca y pausada.

          Supuso que la mujer estaba bajo efectos de alguna droga o quizás era una enferma mental.

          —Mi vida no vale la pena. Nunca lo fue. No tengo valor para quitármela, pero sé que debo hacerlo. Me puedes ayudar —dijo en voz baja, aferrándose a su abrigo con las dos manos.

          —Busca ayuda en otra parte —dijo—. Si tienes hambre puedo pagarte una comida, si quieres.

          Ella se acercó y lo tomó de una mano mientras le decía.

          —Puedes hacerlo. No tiene que ver con tu raza. Tiene que ver con lo que necesito.

          El intentó soltarse sin ser violento, pero ella se aferró al antebrazo de él a pesar de los reclamos.

          El auto de la policía que pasaba en ese instante se detuvo de súbito. Los oficiales creyeron que la mujer, víctima de algún robo, forcejeaba con el sujeto. Uno de los uniformados dejó el vehículo con rapidez. El hombre empujó a la mujer con fuerza y pudo liberarse. Quiso alejarse del lugar, pero el policía le disparó al no obedecer la orden de detenerse.

          —¡A él no! — gritó la mujer, abrazándose a sí misma—. ¡A mí!