Agorafobia

Lo último que recuerdo fue una gran luz. Desperté y percibí que estaba tendido sobre el piso, con el rostro adherido a este. Desde ese punto podía visualizar la capa de polvo sobre la superficie y lo grande que lucía el edificio. Creo que era una bodega. Me recordaba a los viejos foros donde filmaban películas. Era enorme, como de cinco almacenes juntos, dividido con paredes de ladrillos y puertas de hierro de gran tamaño. Giré mi cuerpo y desde mi nueva posición pude ver el techo y los arcos de madera que eran sostenidos por columnas del mismo material, a intervalos, como las naves de una iglesia. También las pequeñas lámparas de bombillos, cubiertas con una especie de plato. Pertenecían a un sistema de iluminación obsoleto que en algún momento olvidaron remover.

Me incorporé y caminé hacia una de las puertas que daban al exterior. Afuera el muelle estaba soleado. La luz era cegadora.  Los contenedores metálicos estacionados bloqueaban la vista y no me permitían ver más allá. Sabía que debía alejarme de ahí, pero mi cuerpo no respondía a mis pensamientos. Todo era tan vasto que la angustia crecía cada vez que recorría el lugar con la mirada y me ataba sin saber cómo.

En ese entonces ignoraba que podía permanecer deambulando en aquel espacio vacío y silencioso por toda una eternidad. Algo me decía que sería difícil dejarlo.

¿Te imaginas estar ahí por siempre? El silencio de la soledad a veces es enloquecedor. Es mejor morir.