Don Arnulfo Mariscal decidió visitar a su hija y viajó desde el estado de Guerrero, en México, hasta una de las ciudades más grande de California: Los Ángeles.
Dos días después de haber arribado, Miguel Urbina, un sobrino a quien no había visto en quince años, llamó a su prima para avisarle que iba a pasar por él y llevarlo a pasar el día en su casa.
Temprano en la mañana estuvo listo. Don Arnulfo estaba acostumbrado a levantarse temprano. Esa era su rutina allá en el rancho de donde él era originario. Su yerno lo escuchó caminar por la casa y despertó a su mujer.
—¿Será que tienes que prepararle un desayuno? —le preguntó Luis a Rosario.
—No creo. Tal vez Miguel lo lleve a desayunar. Dijo que vendría temprano.
—De cualquier manera, yo sí me voy a levantar a tomar café.
Así lo hizo. Cuando estuvo listo le ofreció una taza a su suegro. Además, le sirvió un par de galletas.
—No le doy más porque tienen mucha azúcar. Eso no sería bueno para su diabetes.
Como dijo Miguel, pasó a recoger a su tío muy temprano.
Su hija y yerno aprovecharon para realizar las compras de la semana y otros pendientes.
Cerca de las dos de la tarde, Rosario recibió una llamada de su primo.
—Mira —le dijo—, es mi tío que quiere volver ya a la casa. ¿Están ustedes ahí?
—Sí, sí estamos.
—Dice que tiene que regresarse porque tiene que pintar una barda del jardín.
—Bueno, Luis le compró unas pinturas, pero no es algo que urgente. Es solo para que se entretenga cuando salimos a trabajar.
—Bueno, además dice que quiere ir a darse un baño…
Luis le hizo una seña a su mujer y esta cubrió el celular.
—Algo pasó, por eso tu papá quiere venirse ya. Dile que lo traiga. Aquí vamos a esperarlo.
—Está bien, Miguel. Que se venga ya.
Media hora después el auto del sobrino se estacionaba frente a la casa. Don Arnulfo salió raudo del auto directo al patio donde su yerno preparaba una carne asada. Miguel sintió el olor de la carene y dijo, en tono de broma: Ajá tío, con razón se quería regresar, tenemos carne asada.
—No, yo ni sabía que ellos iban cocinar acá afuera —dijo—. ¿Cómo está la carnita? —le preguntó a Luis, casi al oído.
—Le falta un poco, suegro. Ya casi. ¿Cómo le fue?
Don Arnulfo miró a su alrededor y vio a su sobrino que entraba a la casa.
—¡De la fregada! ¡Este pinche Miguel ni un taco me ha ofrecido desde la mañana! Me lleva a su casa y su vieja solo me ofreció un vaso con agua —dijo molesto, entrando a la casa.
Al volver a salir ya el sobrino se había largado.
—Dijo Miguel que viene otro día.
—No, hija. Otro día que llame dile que no estoy. Es más, que me regresé a mi rancho. ¡Pinché Miguel!