Dos granadas estallaron durante el simulacro de ataque terrestre. El firmamento se iluminó por un instante. Marcos y sus compañeros abandonaron el campamento bajo la lluvia incesante.
Ráfagas de tiros se escuchaban de forma intermitente. Era zona de guerra y podría creerse que aquel asalto era causado por el enemigo, pero no. El teniente Martínez, a cargo del batallón de nuevos reclutas, tenía un humor ácido y como parte del entrenamiento organizó el evento durante unos de los momentos climáticos más difíciles.
En medio de la noche los soldados corrieron por la selva en busca de una posición segura. Marcos cargó su fusil reglamentario y la mochila con los 300 tiros de reserva. El muchacho intentó seguir a los demás, pero pronto se vio perdido.
Por miedo a ser acribillado se lanzó en uno de los pozos tiradores, excavados en la periferia en otro momento. La zanja estaba repleta de agua y él no sabía nadar. El peso que cargaba y el pánico del momento contribuyeron a que se hundiera.
Una vez que terminó la maniobra regresaron a los dormitorios. Cada jefe de compañía y jefe de pelotón pasó lista y fue cuando notaron su ausencia. Se enviaron varias escuadras en su búsqueda sin éxito.
Al día siguiente, al no presentarse a formación, pensaron que había desertado. Fue reportado a la oficina de Prevención para que lo buscaran y apresaran. No fue necesario, el cuerpo fue descubierto una vez que el agua descendió de nivel.