Mi primo Mateo viajaba todos los días a la ciudad de Los Ángeles. Su trabajo, en una carnicería, quedaba en esa área. Su madre siempre le recomendaba que se cuidara porque las grandes ciudades suelen ser peligrosas. Hacía énfasis en el trayecto que realizaba en metro donde se moviliza toda clase de gente.
Hoy en día hay tantas personas sin hogar, viviendo en las cercanías de las estaciones, que no deja de ser inquietante. Lo primero que se piensa es que se dedican a delinquir para sobrevivir, pero eso es un prejuicio.
De regreso, cuando llegaba a la calle donde queda la casa de mi tía, sentía tranquilidad, pero no existe la seguridad total en ningún lugar. Eso lo supimos el día que los delincuentes lo asaltaron en la puerta de la casa y, no satisfechos con despojarlo de sus pertenencias, lo hirieron de muerte.