Mi prima Eugenia siempre ha sido fan de Enrique Iglesias desde sus inicios. Fue un amor a primera vista o quizás en su ser ya traía eso del gen del fanatismo del tipo «atracción fatal». En cuento pudo organizó y lidereó su propio club de seguidoras, donde aglutino a todas las chicas de la cuadra que estuviera en su misma onda.
Mi tía la migró desde Nicaragua en los años posteriores a la guerra. Desde que vino a California se dedicó a comprar todas las revistas donde él aparecía en entrevistas o en conciertos. Con mucha paciencia y admiración recortaba los artículos y las fotos. Luego las pegaba en álbumes de recuerdos.
—Para eso si tienes dedicación, pero no para los estudios—le reclamaba mi tía—. Deberías estudiar y no perder el tiempo con esas tonterías.
Un día anunciaron en la televisión que Enrique llegaría al estado y que estaría cantando en un escenario importante de Los Ángeles. Esa fue su mayor alegría, pero pronto se le bajaron los ánimos. La verdad es que en la caja del club de fan apenas si tenían algo de dinero guardado. No había suficiente como para comprar las entradas a un concierto de esa índole. Mi tía no podía costearle el gasto, ni insinuárselo siquiera. El boleto más accesible quedaba en el techo del teatro, por lo que casi no lo vería, pero para una fan eso no es importante, lo que en realidad es valioso es el estar en el ambiente donde se pueda respirar el mismo aire de su ídolo.
No dispuesta a perderse de la oportunidad de verlo de cerca, se fue con otras amigas hasta el mismísimo hotel donde se hospedaba el cantante. No sé cómo se filtra esa información, pero eso del fan es toda una mafia. A la salida del lugar, cuando abordaba el automóvil que lo llevaría al lugar de la presentación, mi prima Eugenia y otras dos integrantes del club, se lanzaron frente al vehículo para que no avanzara mientras gritaban a coro: Enrique te amo casi. Estaban en éxtasis o poseídas por algún demonio.
Los guardias de seguridad, alarmados, pensaron que estarían drogadas o eran de las fanáticas con tendencias suicidas y actuaron muy rápido. Les aplicaron llaves de defensa personal para inmovilizarlas y las apartaron del camino antes de ser entregadas a la policía.
Mi tía estaba muy enojada con la osadía de la chica. No fue al concierto y pasó varias horas detenida en la estación de policía. No hubo cargos severos, pero creo que la ficharon por causar desorden en la vía pública. Al final mi tía la castigó con actividades de limpieza en casa. Quizás de esa forma se le quitaba la fiebre del cantante.
El incidente no le quitó la idolatría. Ella siguió en su idea. Cada loco con su tema.
Años después se juntó con un chico que conoció en el restaurante, ella donde trabajaba, solo porque se le daba un aire a Enrique Iglesias, pero el parecido era bien distante. Con los años le ha tenido cinco hijos. Él trabaja duro y ella cuida a los chiquillos con ayuda del gobierno. Mi prima continúa acumulando información del tipo, pero ahora guarda todo en un disco externo de su computadora. No quiere correr el riego de que los chiquillos le destruyeran el trabajo.
Ya no sueña con ir a un concierto, no tiene dinero. Llega tanta gente a esos lugares que no se disfruta del show. Que mejor lo ve desde casa si lo pasan por televisión. Así lo puede ver cara a cara.
Me pegunto si cada vez que hace el amor con su marido, está pensando en él o en Enrique, porque una vez más está embarazada.