Margarita venía huyendo del conflicto armado que azotó a Colombia por décadas y que parecía no tener fin. Ella pensó que, si quería llevar otro estilo de vida, lo mejor era largarse del país. Estaba la oportunidad de migrar a los Estados Unidos. Su tía prometió ayudarle. El viaje no sería fácil. Quizás tendría que cruzar la frontera y experimentar muchas dificultades. Si lo conseguía permanecería indocumentada. En ese momento nada de eso le importó, peor sería quedarse sin esperanzas.
Por fortuna consiguió una visa y eso la motivo aún más a continuar con su plan. Estaba embarazada de pocas semanas y eso terminó de definir sus prioridades. El padre, en un acto de magia, despareció de su vida en cuento ella pronuncio las palabras mágicas. Su hijo no tenía por qué saber de lo duro que es vivir en una situación caótica y donde nada te garantiza salir con vida.
El niño nació en suelo americano y pensó que, a pesar de todo, ya nada podía empañarle su felicidad. El mantenerse distante de su país y ocupada con la vida agitada de California, no le permitían pensar muy seguido en lo que había dejado atrás. Pero a veces el destino ya está escrito sino para ti tal vez para alguien más. No somos capaces de visualizar con claridad el momento exacto en que la mala racha nos va a golpear y cunado pasa apenas si puedes respirar, ahogado en tu propio llanto o en tu grito mudo.
Margarita tenía ya muchos años trabajando para una marca de ropa que se vendía muy bien en la unión. Era de buena calidad y a un precio muy razonable. Una de las pocas prendas que la gente puede afirmar que es su favorita. De vez en cuando les ofrecían a los trabajadores algún tipo de descuento, que ella aprovechaba para su hijo. La última vez le compró un par de camisetas con grandes logos en el frente. Una era gris y la otra roja. A Marcos no le gustaba el rojo en una camiseta, prefería el azul, pero eran los dos únicos colores de ese tipo de prenda, en esa temporada. No había de dónde escoger.
Él no supo donde, quizás fue en el jardín, mientras limpiaba y recortaba unos arbustos, o quizás fue en otra parte, pero la camisa apareció con dos manchas, en forma de estrellas, en la parte posterior. Eran de un rojo más oscuro. Su madre le llamó la atención por el descuido, siendo una prenda de marca, pero el muchacho apenas se disculpó, ignorando lo sucedido con ella.
Aquello no fue excusa para no continuar usándola, sobre todo los días en que estaba en casa. A su madre ya no le gusto vérsela puesta, le decía que eso parecía sangre y que era mejor tirarla a la basura. Eso a él no le importaba, había crecido en un mundo onde las supersticiones casi no existen y si se sospecha de una, es como parte del argumento de alguna película de Hollywood.
—No me hizo caso las veces que le dije que se la quitara, era como un presagio —dijo la madre.
La última vez que se la vio fue a finales del verano. Se encontraba en casa de su amigo Efrén, afuera en la entrada, donde estacionaba los automóviles. Le estaba ayudando a arreglar un carrito viejo que quería conducir Efrén, ahora que este pensaba trabajar. Ninguno de los dos muchachos sabia de mecánica, pero el padre Efrén quería que se fuera enseñando.
En eso estaban, riéndose y platicando de los posibles problemas que tendía el vehículo después de la reparación efectuada por ellos, cuando pasó un carro blanco frente a la vivienda. Iban varios sujetos, al parecer pandilleros. Uno de ellos sacó medio cuerpo por la ventana, gritó algo que nadie entendió y disparó. Las dos balas le dieron a Marcos en la espalda, justo donde traía las dos manchas que parecían de sangre.