La gitana observó al doctor mientras este escribía. Notó que la caligrafía del clínico era intensa y que con pequeños trazos vertía gran información sobre los trozos de papel membretado, pero los caracteres eran algo que solo él entendía.
Cuando él le entregó las recetas, ella las tiró sobre el escritorio, igual que hacía con la baraja.
—Yo puedo leer las cartas y hasta la palma de la mano. Estos garabatos dicen que mi destino en sus manos es la muerte.