Espejo

Al Marqués le gustaba ofrecer fiestas que solían durar más de una noche. Además, era amante de la belleza y del buen vestir. El mismo diseñaba trajes para la realeza que hacía pasar como obras de sus asistentes. De esta manera no pasaría vergüenza de verse rebajado al rango de sastrecillo.

En ese entonces vivía una bruja en lo más profundo del bosque. En una ocasión visitó el poblado y quedó encantada con los vestidos que las mujeres lucían en los eventos. Al preguntar dónde los diseñaban, le dijeron que en el mismo taller donde el Marqués adquiría su vestuario.

Acudió al lugar que le indicaron. Ella quería lucir un diseño exclusivo y abandonar sus harapos, pero nadie quiso darle detalles. La bruja invocó a los espíritus que la acompañaban. Estos le mostraron la verdad que nadie en el atelier se atrevía a contar.

La bruja se plantó ante el Marqués y le dio una bolsa con monedas a cambio de uno de sus diseños. El noble, al ver y escuchar las pretensiones de la mujer, se rio de su osadía. Se preguntaba cómo era posible que no usara sus artes mágicas para obtener belleza y elegancia, las cuales pueden ser imitadas por los plebeyos, pero nunca igualados.  La bruja se sintió herida. En venganza lanzó un conjuro que condenó al presumido a vivir dentro del espejo del salón. No podría disfrutar más de la vida de lujo, pero si ver delante de él a las mujeres que se emperifollaban.

Con la desaparición del Marqués el palacio cayó en la ruina y todos los bienes fueron subastados para pagar los impuestos. La bruja obtuvo el espejo. Se lo regaló a su hermana más joven, tan vanidosa como el Marqués. Le advirtió que solo respondía a una pregunta.

—Espejo, ¿quién es la mujer más bella de este reino?