Abrí la llave de la regadera para enjuagarme el champú.
Escuché que se abría la puerta del cuarto de baño y a mí esposa decir: No salgas de la ducha todavía.
—Está bien —dije. Eso significaba que algo privado estaba en camino. Deje que más agua cayera sobre mí. Al cabo de un rato la llamé: ¿Amor, ya puedo salir?
Abrí los ojos y noté que los artículos de aseo personal eran diferentes. Quise tomar la toalla que yo colgaba de un gancho por fuera, pero no estaba. Abrí la puerta y vi que los objetos sobre el mueble y la decoración del lugar me eran extraños.
Un hombre desconocido entró a la habitación y abrió la llave del lavamanos. Yo me quedé petrificado.
—Desde que compramos esta casa, esa puerta siempre se abre. Hay que repararla —dijo—. Algo debe de estar desajustado.
Miraba a la puerta, pero no a mí, quien yacía completamente desnudo frente a él. ¿En qué momento me volví invisible?