El coronel Polanco se alistó para irse a trabajar. Mientras su mujer le servía el desayuno se dijo así mismo que había sido una buena idea el haber adquirido una nueva cocina. Era esa que su mujer había visto en un comercial de televisión, con cuatro quemadores y un horno donde preparar la gallina que serviría en la cena navideña. El día de las madres resultó ser la ocasión ideal de cumplirle el sueño a la señora.
Había transcurrido una semana desde la compra del artículo cuando el coronel recibió una llamada telefónica en su oficina del Palacio de Comunicaciones. La voz altisonante al otro lado de la línea preguntaba por su rango y apellido. Él confirmó ser la persona requerida y a continuación se le explicó el motivo de la misma.
La persona del otro lado de la línea se identificó como un representante de ventas de la tienda donde se adquirió el electrodoméstico. Se le notificaba que su compra había generado un regalo especial.
—¡Se ha ganado un refrigerador! —dijo el vendedor.
El coronel repitió la pregunta.
—¿Un refrigerador?
—Sí —confirmaron—. Puede pasar por él en cualquier momento. Lo tendremos reservado.
En cuanto colgó el auricular volvió a levantarlo. Esta vez se comunicó con alguno de sus familiares.
—¡Me regalaron un refrigerador! ¡Sí, sí! No estoy seguro, pero supongo que es una de esas rifas que hacen entre todos sus clientes. Ven por mí y consigue un camión. Hay que llevarlo a casa.
Antes de que culminara su día laboral su hijo mayor lo esperaba en la puerta del edificio. Este conducía un camión de barandas utilizado en la transportación granos básicos. Atrás venían sus nietos.
El coronel se acomodó en el asiento delantero y con ello se dirigió a la tienda.
Al llegar al sitio se presentó ante la recepcionista y le informó del motivo de su llegada. La muchacha se comunicó con el encargado de turno. Él apareció por la recepción con una sonrisa fingida.
—¡Vino por el refrigerador, coronel! —dijo el vendedor—. Yo me comuniqué con usted esta mañana. —Se volvió hacia la muchacha—. Que sean dos. Dile a los de bodega que le vamos a entregar dos.
El militar se emocionó por un instante. Manteniendo la compostura no puedo ocultar el gesto de satisfacción que afloró en su rostro envejecido. El tener un rango le permitía, algunas veces, obtener algunas prebendas de personas que querían congraciarse con el aparato castrense.
En menos de un minuto regresó la joven. Cargaba dos artículos de plástico en forma de refrigerador que resultaron ser dos pequeñas alcancías. Se las entregó al coronel a la vez que comentaba la importancia de enseñarles a los niños sobre el ahorro. Al viejo se le fue la sonrisa del rostro.
—¡Oh! Estos son los refrigeradores —dijo.
—Sí. Es lo que estamos regalándole a los clientes que adquirieron cualquier artículo del hogar.
Al salir de ahí les entregó a sus nietos las dos alcancías. Estuvieron jugando con ellas mientras llegaban a casa. El hijo, al percatarse del ridículo vivido por su padre, no dijo nada, pero durante el viaje de regreso a casa lució una expresión de burla que luego compartió con sus hermanos.