Dos helicópteros sobrevolaron el barrio en busca del malhechor. Los autos de la policía bloquearon algunas calles y sus sirenas se dejaron escuchar por largo rato. El tipo, en su huida, intentó ocultarse en el patio trasero de una casa. El dueño, a esa hora, cuidaba del jardín. El extraño llegó corriendo a la propiedad y, sin reparar mucho en el hombre que regaba las plantas, saltó la barda antes de internarse en el vecindario.
Segundos después arribaron los agentes que le seguían y, sin que ellos preguntaran, el propietario señaló en dirección contraria a la que el fugitivo había tomado.
No apoyaba la criminalidad, pero les tenía grima a los policías que se ensañaban con los grupos minoritarios, en especial con los negros. De cualquier forma, su gesto fue un acto de obstrucción a la justicia. Eso lo entendió bien cuando se enteró que el sujeto, a una cuadra de ahí, hirió de muerte a un vecino que se negó a entregar las llaves de su vehículo.