Con la última borrachera viajé a la selva y logré capturar a un rebaño de elefantes rosados. De regreso a la civilización se lo vendí al dueño de un circo. Era un buen negocio, pero el tipo tenía sus dudas. Es que, para que el público asistente pudiera disfrutar del espectáculo, solo se aceptarían adultos en estado de embriaguez.