Jesús llegó a la villa de pescadores seguido por una muchedumbre. Hasta él llevaron a una joven poseída. Jesús le ordenó al demonio que abandonara el cuerpo de la chica y que se fuera errante por el desierto.
El espíritu maligno obedeció de inmediato, pero no huyó lejos. En ese momento pasó un comerciante rumbo al muelle. Tiraba de dos burros cargados con mercancía que pensaba embarcar. El ente vio la oportunidad de esconderse entre los frascos que transportaban aceites perfumados y especies. Escogió una botella de cuello largo y base redondeada. Adoptó la forma de un pequeño tornado y se introdujo en ella.
La mercadería fue embarcada, pero la nave naufragó durante una tormenta. Todos los objetos fueron arrastrados al fondo del mar.
Dos mil años después, la marea lanzó la botella a la costa de la Florida. Una niña, que disfrutaba de un día de playa con su familia, la encontró en la arena. El diseño, pulido por el oleaje, se le hizo curioso y la llevó a casa. La colocó sobre la mesita de noche desde donde podía contemplarla antes de cerrar los ojos.