Máximo trabajó en la empresa muchos años. Él era economista, pero sus allegados afirmaban, en torno de burla, que era un título muy diplomático para señalar a alguien como tacaño. Lo que nadie sabía es que el tipo provenía de una familia de escasos recursos y que la miseria significó un trauma insuperable. Eso lo empujaba a economizar en todo lo que podía.
Durante las celebraciones del Día de Reyes procuraba no participar de la rosca de Reyes. Temía que le saliera el muñequito que representaba al niño Jesús y, como manda la tradición, verse obligado a compra los tamales que debía regalar el Día de la Candelaria. Calculaba el gasto en que incurriría y no le agradaba la idea. En más de una ocasión optó por tragárselo sin que los demás se percataran del engaño.
La última vez que lo invitaron se le hizo fácil aceptar el trozo de rosca y engullirlo de un solo bocado. La buena suerte no lo acompañó en esa ocasión. Al instante empezó a sofocarse. Sus compañeros de trabajo quisieron ayudarlo aplicándole la maniobra de Heimlich. No tuvieron éxito. Lo llevaron al hospital, pero falleció en el camino.
La autopsia reveló que la asfixia se debió a una obstrucción por cuerpo extraño. Resultó ser la figura del niño alojado en su tráquea.