El esposo ayudó a recostarla en el diván.
—Me siento cansada, apenas puedo respirar.
—Voy a llamar al servicio de emergencia para que envíen una ambulancia.
—No, llévame tu. Ve y lávate. No te demores.
Sonó gentil, pero él percibió el apremio. Con lo meticulosa que era no le permitiría que se le acercara mientras su aliento apestara a pescado frito en salsa y café. Todo era un mandato entre líneas.
La volvió a ver desde la puerta entreabierta y notó que lucía más delicada que de costumbre, aun así, entró al baño, se cepilló los dientes, uso el hilo dental espacio por espacio y luego secó el lavamanos con rigor. A ella no le gustaban las toallas húmedas amontonadas, entonces usó un trozo de papel que arrojó al bote de la basura.
Al regresar a su lado la encontró sin vida.