El sujeto lo miró de arriba abajo y preguntó:
—¿Así que usted viene del otro lado de la frontera?
—Sí. Llevo muchos años viviendo en California.
—Busco un chofer que conduzca un camión hasta la ciudad de México y que tenga buena experiencia de manejo. Los de aquí tienen licencia, pero son compradas. Allá en el Norte yo sé que hasta les hacen examen de manejo, así que debe ser buen conductor.
—Yo le llevo al camión hasta allá, pero yo no sé orientarme ahí.
—No se preocupe, que este muchacho lo va a acompañar. Él es de allá, pero tampoco maneja en esa zona.
Una vez en la ciudad, el ayudante resultó no ser buen conocedor de direcciones. El conductor le sugirió que le preguntara a un paisano.
—No, que va. Mire amigo, los chilangos son hijos de un sabio y de una prostituta: Todo saben los hijos de puta. Se lo voy a demostrar.
El camión se detuvo cerca de un vendedor ambulante.
—¿Usted sabe dónde queda la calle Segundo Martínez?
—Vea joven, eso está bien retirado de acá. Tome esta calle, siga derecho, gire a la izquierda y siga la calle hasta llegar a la glorieta. Ahí mismo es.
—Muchas gracias. —dijo—. ¿Se da cuenta? Le dije mi nombre y apellido. Ese amigo nunca iba a aceptar que no sabía.
—Pero igual, seguimos perdidos.
—Es lo que estoy queriendo decirle: yo dije que conocía la ciudad porque nunca iba a admitir que no.