—«Las armas las maneja el diablo» —dijo mi abuela mientras me arrebataba de las manos la pistola que encontré en el ropero.
Evitó mirarme a los ojos. Percibí sus manos frías por un instante y algo de enojo en sus palabras.
—No debes registrar las pertenecías de los demás.
La reconocí como el arma de fuego que utilizó mi padre el día que mató a mi madre. Vi todo desde el pasillo donde jugaba con mi muñeca. Mi abuela tomó el arma de su mano y cerró la puerta. Me hicieron creer que había sido un mal sueño. Hablaron de robo y de joyas de poco valor. Era tan pequeña que de inmediato les creí.
Mi padre salió bien librado de todo eso. La policía no encontró el arma homicida ni al hechor, así que el caso se cerró pronto. Las madres hacen hasta lo imposible por proteger a los hijos descarrilados, pero esta vez sería diferente.