El conde la vio una noche, cuando su carruaje pasaba frente a la hostería, y se enamoró de la campesina que servía en el lugar. Nunca sería de él mientras la joven mantuviera una dieta a base de sopa de ajos, lo que hacía que su piel transpirara el olor característico del tubérculo. El fuerte aliento de la moza lo apartó todas las veces que intentó clavarle los colmillos. Él tendría una eternidad para esperar, ella no.