Siempre supe que yo no era su hija favorita. Aunque lo intenté, no puedes obligar a las personas a que te quieran. Le brindé cuidado y cariño y algún presente de vez en cuando. Las veces que le pedí que usara el vestido o la joya que le había regalado en su cumpleaños o fecha especial, mantenía la misma respuesta: Será en otra ocasión. Guardaba todo en los cajones del ropero, sin reparar en los detalles.
Con mi hermano actuaba diferente, siempre lo fue, aunque no hacía nada para merecer su excesiva atención. No supe por qué, quizás su mentalidad machista la empujaba o él le recordaba mucho a mi padre. Nunca la confronté con esa idea, diría que estaba loca o celosa.
El día que pasó a mejor vida fue mi oportunidad de hacer valer su palabra. Busqué entre sus pertenencias y saqué todo lo que le di. Quise vestirla con mis obsequios en su último viaje. En ese momento era toda mía. El hombre de sus afectos no desaprobó el que yo la mostrara como a una reina y rociara con perfumes caros el interior del féretro. Esa iba a ser mi pequeña venganza.