Rosario le comentó a su patrona que la secadora se había dañado. Se activaba el ciclo, giraba el tambor con la ropa húmeda, pero no secaba. Ese día ella tenía mucho que lavar, secar y planchar. La mamá de Miguelito dijo vagamente algo sobre una cita con el dermatólogo y que luego pasaría por la tienda viendo los nuevos modelos.
Aprovechando la ausencia de la madre, Miguelito pensó en escaparse al parque. Fue al garaje a buscar su bicicleta y demás aparejos de ciclista. De repente escuchó el ruido de los disparos que provenían de la sala de su casa. Entreabrió la puerta que comunicaba el garaje con la cocina y alcanzó a ver cuándo Rosario caía de bruces, luego de haber sido alcanzada por una bala.
Miguelito corrió a esconderse dentro de la secadora. Empujó el botón que activaba la máquina y se acomodó dentro. Al cerrar la portezuela el electrodoméstico empezó a girar. Uno de los criminales entró al garaje, vio la lavadora abierta y vacía y escuchó la secadora que estaba encendida.
—Aquí no hay nadie —dijo al retirarse.