Consuelo

Alguien del Equipo de Antropología Forense se comunicó con mi mamá. Eran noticias sobre la tumba clandestina. Las pruebas genéticas dieron positivo en algunos de los restos. Mientras le explicaban los hallazgos y los procedimientos a seguir, ella repetía la misma pregunta: ¿Están seguros?  La respuesta siempre fue la misma. Sí, señora, lo estamos. Entonces mi madre empezó a desmoronarse. Nunca la había visto así, como si mi hermano hubiera fallecido en aquel instante.  

Ella esperó casi veinte años a que él apareciera un día cualquiera, aunque siempre sospechamos que fue asesinado durante la dictadura. Él no era un hijo ingrato capaz de castigarla con su ausencia. Se negó a llorarlo en ese entonces y puedo contenerse durante todo ese tiempo con mucha fortaleza. Finalmente lo hizo con ese llanto rezagado de toda una vida que es capaz de apagar la flama de cualquier esperanza.

Al terminar se limpió las lágrimas y dijo: Hay que sepultarlo pronto. Aún tenemos vidas que vivir.