Los muchachos aparecieron igual que setas en el campo. Era a finales de mayo. Durante la madrugada empezaron a levantar barricadas. Usaron los adoquines que formaban parte de las calles del barrio. Llegaron armados con pistolitas 22 y rifles de balines, pero con mucha disposición. Las barricadas se irguieron para que no entraran los camiones de la Guardia Nacional. La población ayudó a levantarlas. También usaron otros objetos: maderos, carros viejos y vidrios quebrados. Al llegar la noche quemaron llantas en las intersecciones. Necesitaban ver el avance del enemigo. La electricidad fue cortada y todo el barrio y sectores aledaños quedó en penumbra.
A la mañana siguiente la vecina llegó a casa de mi abuela y le dijo angustiada que ese retén no iba a durar mucho, que lo mejor era buscar refugio en un lugar seguro. Al entrar los GN se iba a armar la balacera. Metimos unas cuantas cosas en unas cajas de cartón y nos dispusimos a ir, mi abuela y mi hermana menor, a la escuela de las monjas. Esta quedaba a tres cuadras de la casa. Era donde yo me había graduado de primaria el año anterior. Ahora, con solo catorce años, solo había cursado el primer semestre en el colegio de los jesuitas
El colegio de las Hermanas de la Caridad estaba repleto y el hacinamiento era terrible. La población estaba temerosa de las incursiones militares. Era sabido que entraban a limpiar todo foco insurgente en algo que daban en llamar operación limpieza. Registraban casa por casa y mataban cuanto jóvenes o adultos encontraran, bajo la sospecha de participar en la revuelta.
Se nos dijo que abrirían la iglesia a la vuelta de la esquina. El edificio se encontraba en construcción. La estructura era de una planta en forma de polígono hexagonal. Casi todas sus paredes eran ventanales con persianas de vidrio que iban desde la base hasta el techo. El piso aún no había sido enladrillado. No era el mejor lugar para refugiarse durante un ataque, pero existía la confianza de que era un lugar santo y que Dios velaría por sus criaturas.
Varias familias buscamos albergue ahí. Colocamos cartones y cubrecamas sobre la tierra muy cerca de los fragmentos de paredes que ofrecía el templo. Ingenuamente creíamos que eso nos protegería. Queríamos incrustarnos en ella y salvarnos de los balazos.
Ahí estuvimos cerca de dos semanas mientras los combates se daban en barrios alejados del nuestro. No había electricidad. Las noticias que se escuchaban eran llevadas por los correos de los insurgentes que mantenían a la población informada sobre la evolución de la lucha. Por las noches el cielo era iluminado por los incendios que causaba el bombardeo de las avionetas en los barrios donde había más insurrectos.
No había más que esperar a que llegara el día en que las avionetas lanzaran bombas contra nosotros.
La única manera que encontré de pasa el tiempo y olvidarme de la crueldad de la guerra fue hundirme en los libros y engañar así a mis temores. Recordé que tenía una serie de libros del autor inglés Ian Fleming, creador del personaje James Bond. La había comprado en un pulguero a un precio irrisorio. Sucedió después de haber ido al cine y ver la película «La espía que me amo». Al pasar por este sitio donde vendían libros y revistas usadas encontré la serie. Nadie los había leído antes, pero se veían viejos de estar guardados. El papel interno era amarillento y amenazaba con quebrarse lo mismo que escarcha conservada en el tiempo.
No tenía intenciones de leerlos, era la época en que me gustaban los libros como objetos de colección. Todavía creía que traían muchas letras y nada de dibujos como las tiras cómicas. Eran nueve libros del mismo tamaño, color amarillo con letras rojas y negras, con dibujos del espía y las chicas que participaban en cada una de sus aventuras.
Durante los días que estuve en el refugio leí todos los títulos que poseía: Desde Rusia con amor, Doctor No, El hombre de la pistola de oro y otros. Esperaba que alguien con esas destrezas llegara a salvarnos de los guardias asesinos una vez que capturara al dictador. Pura película.
No sé donde quedaron esos libros. A las dos semanas abandonamos la iglesia de forma precipitada. Los rumores afirmaban que la guardia iba a entra a limpiar y había que esfumarse. Fue mejor así. Los guardias registraban las manos y brazos para saber si habíamos ayudado a levantar las barricadas. Además, los bombardeos arreciaron y muchas casa se quemaron. Me di cuenta de ello porque al volver al barrio, días después de terminada la guerra, el barrio lucía diferente. Había lotes vacios con escombros de casas