El supervisor bajó la cortina metálica halando la cadena y atravesó dos eslabones en el gancho de seguridad. Tenía apenas dos semanas de trabajar en la bodega y sus nuevos compañeros le asignaron la tarea de revisar el local al final de la jornada. Era una especie de iniciación. Al volverse se encontró con un muchacho. Supuso que era trabajador de la agencia por el color del chaleco.
—¿Ya se fueron los demás? —preguntó.
Mostraba cierta preocupación en el rostro y en el tono de voz. Pasada la diez de la noche era de suponer que la persona que le daba un aventón hasta su casa ya se había marchado y le tocaría tomar el autobús o el metro.
—Sí. Estoy cerrando.
—Se fueron sin avisarme.
—Es lo más seguro. Todos quieren irse pronto. Ve y dile al guardia de seguridad que te deje salir. Yo todavía tengo que revisar otras puertas —dijo sin prestarle mayor atención.
Una vez que confirmó que todo estaba en orden, el supervisor regresó al puesto de seguridad.
—Ya podemos irnos —dijo—. ¿Se presentó la persona que aún quedaba dentro del almacén?
—No. Nadie vino acá.
—Un trabajador de chaleco verde como perico.
—Nadie usa chaleco verde aquí desde hace un par de años. Hoy en día los de las agencias son amarillo limón y naranja. Escucha: un chico falleció en este lugar. Fue al baño, se atrasó y, por seguir a su grupo, corrió tras de ellos. Al tropezarse con un palé cayó sobre una banda y se golpeó la cabeza con el metal. Falleció en el acto. Los trabajadores de esa agencia usaban chaleco verde. ¿Será que te asustaron?
—No puede ser. Yo hablé con él. Quiero ver el video de seguridad del área dos. Desde los últimos quince minutos. A lo mejor se confundió y deambula por ahí.
—La bodega está a oscuras. Las luces que detectan movimiento no se han encendido. Quizás el tipo salió por otro lado. En fin. Veamos que tenemos aquí.
El video mostraba al supervisor hablando solo. Se dirigía a alguien que no aparecía en la cinta.