Amanda le dio el último sorbo a la taza de café, luego la depositó sobre el pequeño plato y con el dorso de la mano apartó ambos a un lado.
—Yo sé que anoche mi esposo durmió contigo.
La muchacha dejó los vegetales en el fregadero donde los estaba lavando y cerró el grifo. Se volteó hacia la dueña de la casa y empezó a secarse las manos con una toalla de cocina.
—Señora, usted sabe que eso tarde o temprano iba a pasar. Su marido es un hombre que no se sacia con una mujer y siempre hechiza a cualquiera que se le atraviese —dijo volviendo a colocar la toalla en su lugar—. No lo hice porque él me gusta como hombre, sino para ayudarle a usted. Si no era conmigo iba a ser con cualquier otra. Al menos ayer durmió en casa porque otros días no sabe dónde. —Tomó la taza y el plato que Amanda dejara y los puso cerca del fregadero—. Si me sacrifiqué fue por usted, porque ha sido buena patrona y no se merece que él la haga sufrir, pero la verdad es que ninguna mujer es suficiente para él. Es un enfermo, lo único que quiere es satisfacer sus instintos y ya. No crea que él está enamorado de esas otras mujeres o de mí.
—Ni de mí tampoco —dijo mientras enterraba la punta del cuchillo en la mantequilla, con la calma de quien sabe que entre más lento lo haga más dolor experimenta el torturado.