Mi esposo tenía la mal costumbre de contar en voz alta el final de los libros o de las películas, sin que nadie se lo pidiera. Ante mis reclamos, aducía que eran predecibles o los veía venir, pero no le creía. De cualquier manera, siempre es incómodo. Hasta llegó a decirme, en tono de burla, que sabía cómo serían mis últimos días. No obstante, mientras lo expresaba, percibía una chispa inquietante en su mirada.
Tomé la delantera y ahora duermo en paz.