Viviendo en California, durante una temporada navideña, mi esposa y yo fuimos a una tienda donde vendían árboles de Navidad. Mucha gente prefiere los pinos frescos por el aroma que despiden. El local promovía la venta del producto con la presencia de un trabajador disfrazado de Santa Claus. En esa ocasión, mi esposa aprovechó la oportunidad tomarse una foto con él.
La foto se la enviamos a nuestro sobrino hasta nuestro país de origen. El niño, que en ese entonces tendría unos cinco o seis años, todavía creía en Santa Claus. Les comentó a sus amiguitos de la escuela que su tía era amiga de él. Algunos se burlaron de su ingenuidad y otros dijeron que era una mentira. Él, como prueba de lo afirmado, mostró la fotografía. Aquello generó una lluvia de exclamaciones. No podían creer que aquello fuera verdad.
La foto terminó ajada aquel día, pero su orgullo permaneció intacto hasta que se rompió el encanto tiempo después.