Mi madre fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide. La veíamos gritar y discutir con seres que solo habitaban en su imaginación. Nosotros no podíamos hacer nada para defenderla de esos supuestos terrores que la atormentaban. El medicamento conseguía relajarla, pero aun en sueños parecía que la lucha continuaba.
Un día, mientras yo limpiaba la cocina, ella me llamó a gritos para avisarme que un extraño la molestaba y quería llevarla consigo. Pensé que era un episodio más, pero no. Lo vi al llegar a la habitación. El sujeto, todo vestido de negro, intentaba arrastrarla fuera de la cama. Ella se sujetaba a la cabecera de madera. En ese instante no supe si ella era víctima de una posesión o yo sufría de una crisis esquizoide.