Juan era el menor de sus hermanos, pero llegó a ser el más grande y fornido de todos ellos. Lo apodaban «el pequeño Juan» porque así lo llamaba mi tía cuando se iba a trabajar y lo dejaba al cuidado de sus hijos mayores: Cuiden al pequeño Juan. Ya de adulto éramos nosotros los que teníamos que cuidarnos de él. Le gustaba bromear. Podía alzarte en vilo o aplicarte una llave de luchador.
A pesar de su tamaño, al primo le aterrorizaban las inyecciones. Recibió todas sus vacunas de chico y no tuvo algún trauma relacionado con ellas. Mi tía fue muy cuidadosa con eso.
En la adolescencia desarrolló esa fobia. En cuanto veía que la enfermera se aproximaba, jeringa en mano, él prefería escaparse. Solo aceptaba tratamientos que se administraran vía oral.
Lo último que supe de Juan fue que no se vacunó contra el Covid. Asistió a las protestas contra la vacuna y hasta estuvo dispuesto a perder su trabajo por negarse a recibirla. De cualquier forma, no fue necesario. En esas marchas contrajo el virus y tres semanas después perdió la batalla.