La mejor decisión

El forense salió al pasillo. Los padres de la víctima aguardaban a que se les permitiera reconocer el cuerpo.

—Pueden pasar —dijo.

La mujer se aferró al antebrazo del esposo por un instante, luego lo liberó.

—Ve solo. Yo no creo poder.

El hombre asintió, pero más bien era un gesto de desconcierto. Entró a la habitación seguido por el médico.

El cuerpo descansaba sobre una camilla metálica, cubierto hasta el cuello con una sábana. El haz de luz blanca que lo iluminaba provenía de una lámpara de pie móvil. Todavía eran visibles algunas manchas sanguineas que intentaban camuflarse entre el verde hospital de la prenda.

El padre del muchacho se aproximó y pudo reconocer el rostro de su hijo. El joven, en sus diecisiete años, mostraba algunos golpes y escoriaciones en la frente y algo de sangre seca en el pelo. Le tocó la frente y deslizó su mano por su nariz y las mejillas.

 —Está frío —murmuró para sí.

En realidad, toda la habitación estaba fría.

—Sí, es mi hijo —dijo.

 El forense asintió y dejó la habitación. Al quedar solo, buscó debajo de la sabana y encontró la mano del joven. La aproximó hacia su pecho antes de empezar a llorar. Su llanto era profuso y dolorosamente sincero. Al no poder contenerse, se abalanzó sobre el cuerpo y lo haló contra sí para poderlo abrazar con firmeza.

—¡Oh, Dios! ¿Por qué me haces esto? Era mi único hijo y lo más hermoso que tenía. ¿Cómo era posible que te ensañaras con él si solo era un muchacho? ¿Acaso nadie lo pudo proteger para que se pudiera evitar esta tragedia? Mi esposa está destrozada. Un chico tan joven, tan lleno de vida, con muchos sueños que nunca se van a realizar… Daría mi vida si con eso pudiera volver el tiempo atrás y resolver de la mejor manera, pero ahora: ¿qué haremos sin él?

—¿En verdad darías tu vida a cambio de la de él?

La pregunta fue hecha por un joven que emergió de un rincón en penumbras. Vestía pijama de cirujano, llevaba el gorro ajustado detrás de las orejas y la mascarilla descansaba bajo la barbilla. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí el sujeto que no se había percatado de su presencia? Quizás era un enfermero o el camillero que transporta los cadáveres a la morgue.

—Esto podría ser corregido, si ofreces tu vida a cambio de la de él.

—Si fuera así de fácil —dijo a la vez que, con lentitud, colocaba el cuerpo en su posición inicial.

 —Antes, debes saber en qué invertirás tu vida y lo que le depara el futuro.  ¿Deseas continuar?

—Sí —dijo el padre, con la certeza de que la intensidad del dolor lo empujaba al mundo de las alucinaciones.

Sobre una pared de la habitación, como si se tratara de una película, comenzó a proyectarse la vida del occiso hasta llegar al momento del accidente En aquel instante, un grupo de chicos alcoholizados estrellan el vehículo en que viajaban contra un árbol. Al rebobinarse la cinta la historia cambió y ellos, en su desenfreno, continuaron vagando por las calles del poblado hasta reunirse con unas chicas en una fiesta clandestina. El grupo salió rumbo a la playa y ahí una de ellas es violada y asesinada. El cuerpo, oculto bajo una duna, es recuperado y las investigaciones de la policía conducen a la captura de los involucrados. Son enviados a prisión y liberados años después. Salen a la calle convertidos en sujetos de alta peligrosidad que se dedican a sembrar el caos.

—Ya es suficiente —dijo el padre.

—Eso es lo que le esperaría a tu hijo, si es que su vida no se detiene en este instante. ¿Aún quieres intercambiar tu vida por la de él?

Silencio.

—No —dijo mientras depositaba el brazo del muchacho bajo la sábana.

Volvió a pasar sus dedos por la mejilla del chico.

—No. Dios sabe lo que hace.

La figura del joven médico se disipó en el aire. El doliente salió de la habitación y por un instante sintió que la resignación empezaba a florecer dentro de sí.