Mi hermano Jacobo siempre nos dio la espalda. Él es así. Prosperó en la vida al margen de la familia, pero eso no nos paralizó.
Cuando me invitó a un viaje a África, me pareció un gasto innecesario, sin embargo, acepté. Yo no iba a pagar. Si me negaba, lo más seguro era que él llevaría a algún amigote.
Estando en Kenia, una tarde se nos ocurrió cocinera carne asada en la terraza del bungaló. Hasta ahí llegó con hambre una pantera joven. Nos asustamos. Le dije a Jacobo que no se moviera. Yo le lanzaría la carne para que se fuera. Él quería irse y dejarme a cargo de la situación. Bien, le dije, pero no le des la espalda. Al parecer, él no entiende lo que eso significa. Fue lo primero que hizo cuando lo venció el miedo y corrió. Obvio: el animal interpretó el acto como el de una presa en fuga y atacó.
Debí dejarlo así para que aprendiera, pero es mi hermano y no puedo corregirlo a estas alturas de la vida. Así que actué rápido. Tomé el cuchillo y se lo clavé al felino. Sentí pena por la bestia. Era un animal muy bello.