Después de tantos años aún pienso que no debí aceptar esa respuesta como algo definitivo. Creo que debí haber dicho o hecho algo más, ser más incisivo en ese momento y no lo fui.
En 1988 cursé el segundo año de la carrera de medicina. Una de las clases impartidas en esa etapa fue fisiología. En esta materia se estudia la función de los diferentes sistemas del cuerpo humano y se parte desde las reacciones fisicoquímicas que ocurren en una célula hasta la relación que existe entre sistemas. Me resultó tan interesante que llegó a fascinarme.
Al final del año la jefa del departamento de fisiología me propuso ser alumno ayudante. Este era un estudiante de tercero, cuarto o quinto año que apoyaba a los docentes a la hora de impartir seminarios y a evaluar a los estudiantes. Sin dudarlo acepté de inmediato. Dos compañeros más tomaron el curso de formación durante el período de vacaciones universitarias.
Una vez que regresamos a clase tuve que prepararme para el tercer año junto con mis nuevas actividades. No fue fácil, las nuevas materias requerían mayor atención por ser el último año del área básica, pero tomé el reto. Creía que era una buena oportunidad si en el futuro me inclinaba por la docencia.
La mala noticia resultó ser que el departamento de fisiología tenía las plazas saturadas. No tenían dinero. Si yo quería podía quedarme en calidad de voluntario a la espera de una vacante. Estuve de acuerdo. Mis otros dos compañeros no aceptaron. El trabajo en sí consistía en planear los seminarios, atender el grupo de estudiantes a cargo, evaluar el progreso del mismo mediante una prueba y asistir a tutoría con los docentes.
Un nuevo contenido fue incluido ese año: fisiología del sistema nervioso. No poseía muchas nociones sobre el mismo por lo que tuve que estudiar la clase con mayor dedicación. El tema lo ameritaba por su nivel de complejidad. Al dedicarle más tiempo descuidé la clase de farmacología clínica y reprobé el primer examen. Eso fue aplastante. Hasta ese entonces nunca había reprobado una materia. Mi exposición sobre el sistema nervioso estuvo bien, pero tuve que hacer un examen de rescate tiempo después.
A pesar de todo eso continúe con mi desempeño. Uno llega a adaptarse a las múltiples actividades y a distribuir su tiempo. Permanecí en esa rutina los siguientes dos años. No me pagaban por ello, pero tenía mi beca de alumno cumplidor que era mantenida gracias a que mi promedio estudiantil se mantenía arriba del 80 por ciento.
En el tercer año de mi ayudantía una plaza quedó libre. Fui propuesto con goce de salario, pero surgió una nueva situación. La responsible de becas de la facultad de medicina me llamó a su oficina. Con una sonrisa fingida me comunicó que me retiraría la beca porque ahora yo devengaría una paga de alumno ayudante. Eso fue una sorpresa desagradable. Me molestó su falta de solidaridad. Ella era docente de fisiología y sabía que por dos años yo no había percibido ninguna paga. Mi beca la mantenía gracias a que era un alumno cumplidor. Yo debía ser más exigente conmigo mismo.
Salí de ahí y me dirigía a hablar con la jefa del departamento. Le planteé mi situación. Me era más fácil continuar con mi beca y abandonar la ayudantía. No hacía sentido continuar en un doble esfuerzo cuando las condiciones no iban a favorecerme.
Ella intercedió por mí. No sé qué conversarían, pero la responsable de becas aceptó, de mala manera, dejarme la ayuda y el salario estipulado. Sospecho que eso influyó más tarde a mi desfavor.
Al terminar el quinto año de la carrera pasé al internado rotatorio. Una vez que se llegaba al sexto año teníamos que rotar por los diferentes hospitales-escuela de la capital. Eso absorbía todo nuestro tiempo. Al ser alumno ayudante solo podía ocupar esa posición por tres años. Me ausente de la facultad por un año, lo cual era lo esperado.
Una vez que finalizara el internado pasaría al servicio social. Mi intención ya era ser docente de fisiología y volver a la universidad en calidad de profesor. Me presenté en la facultad a querer conversar con la jefa del departamento, pero me informaron que la doctora se había retirado a estudiar una especialidad. Otro docente era la persona a cargo y este resultó ser el esposo de la encargada de becas.
Lo encontré en el laboratorio entretenido en los preparativos de una clase. Lo saludé y le planteé brevemente mi intención de pertenecer al cuerpo de docentes al iniciar el servicio social. Una vez que terminé mi corta exposición esperé a que el emitiera algún comentario, pero el solo articuló una palabra: No.
Él ni siquiera se volvió al decirlo. Continúo en lo suyo como si yo no estuviera ahí. Pensé que agregaría algo más, pero no. Tras un minuto de espera solo di media vuelta y me marché de ahí.
Creo que no merecía es respuesta a secas después de haber trabajado con ellos por tres años. Supuse que quizá otros habían aplicado en la misma posición o que no necesitaba más personal en ese momento. No lo sé, esperaba una explicación más detallada. No la hubo ni yo la pedí.
Fue mejor así después de todo, pero aún pienso que debí haber dicho o hecho algo más.