Las damas de la caridad llegaron al barrio a regalarles zapatos a los niños pobres. En espacial a los que iban descalzos. A mí me dieron un par porque los míos ya estaban deteriorados, pero mi papá no dejó que los usara. Los tomó para venderlos. Dijo que algún malandrín me los podría robar y que necesitábamos dinero para la comida.
No volví a ver los zapatos, ni vi alimentos en la mesa, pero sí una botella con aguardiente.
El peor de los ladrones siempre acecha dentro de casa.