Nunca le pregunté sobre su vida, solo supe que había llegado de México. Era viejo, flaco y amable, con pinta de profesor de literatura. No sé porque una persona tan educada trabajaba como estibador en una bodega, pero era la misma pregunta que me hacía a mí mismo.
Sin conocer mi procedencia me preguntó si sabía quién era Rubén Darío. Le respondí que sí. Le recite un verso y él se enfrascó en hablarme del poeta.
—El otro día le hice la misma pregunta a alguien más, en esta bodega, y después de cavilar un poco me respondió con otra pregunta: ¿Trabaja él aquí?